Razones

¿Qué razón tengo para seguir viviendo?

Esa había sido la pregunta que le solté de imprevisto a mi psicólogo mientras deliberaba sobre la importancia de no compararse con otros. La pregunta, como era de esperar no estaba prevista en la mente del profesional, quien pensaba que tras 9 años de sesiones me conocía lo suficiente para saber qué esperar de mi.

Su respuesta, claro esta, fue la reiteración de argumentos, en mi opinión, vacíos. Una familia que te aprecia, amigos a los que les importas, una vida por delante, un futuro. Si bien los primeros dos podrían ser un incentivo a continuar, la idea de alentarte con «una vida por delante» me pareció absurda. ¿No es esa «vida por delante» y la incapacidad de lidiar con ella una fuerte razón para optar por el suicidio? No respondí eso en aquel momento, simplemente cambié de tema, retomando a la pronta elección de mi carrera universitaria.

Más tarde, mientras me sentaba junto a la ventana de mi habitación en aquel piso 12, siendo el D, mi vivienda, el único que tuviera vista posterior del edificio, pensé en aquellas palabras. Estaba sola aquella noche, bebiendo de una lata de gaseosa mientras la máscara diaria se iba desdibujando. Como muchas otras noches, quebré en llanto, sintiendo todas y cada una de las frustraciones de mi joven vida atacar mi mente como si fuera un soldado armado con un cuchillo de manteca contra un ejército de tanques de guerra y bombarderos.

Era una rutina destructiva que se retroalimentaba, intentabapensar algo que me animase, que me diera aquela fuerza que el resto de mortales utiliza para no caer en el día a día. Esa capacidad de soportar la tormenta de una mente pensante, esa capacidad de la que claramente carezco.

Fue el sonido tonto del teléfono el que me desbarató. Me arrojé sobre mi cama, donde el aparato residía mientras se cargaba, y revisé esperando que no fueran mis padres diciendo que pronto llegarían. Sonreí al ver quien lo enviaba. Era un simple link al vídeo de una canción que jamás había escuchado. La escuché mientras sentía que al fin había encontrado mi respuesta.

Tan solo cinco palabras se habían vuelto mi razón de no caer, de limpiarme las lágrimas e intentar arreglar, enfocar, encausar mi vida. Como siempre, todos tenemos un pilar, y este pilar puede aparecer de cualquier forma delante nuestro.

Dibujé las palabras en el aire, imitando el trazo de una pluma, sintiendo que aquella estilizada caligrafía aparecía delante de mis ojos. «No mueras antes que yo». No lo haría, era una buena razón para no rendirse.