Coreografía

Las horas se deslucen con el pasar del tiempo. Los gritos ahogados de quienes transcurren sus incesantes rutinas se funden con el entramado del paisaje, volviéndose parte del mismo. Las penas ajenas quedan en el olvido, todo tan monótono y cansino que al final del día ya nadie se pregunta nada.

No hay sangre que corra por las venas, no hay corazones que palpiten con emoción, sólo un montón de esqueletos que aún conservan su cáscara moviéndose como si aún quedaran razones para hacerlo. El tiempo transcure y aún así no pasa nada.

Los segundos se vuelven minutos, los minutos horas, las horas días y los días se pierden en calendarios olvidados en el basurero. La noción del tiempo se vuelve ajena, distante, desconocida, como si aquello jamás hubiera ocurrido.

Pasos que se suceden, un ritmo cotidiano tan pesado que parece una coreografía arduamente practicada, que ya sólo puede ejecutarse de manera perfecta, sin posibilidad alguna de un error. Y así continúa el paso del tiempo, entre rutina y rutina, paso y paso, cada secuencia repitiéndose hasta el hartasgo, cada tramo tan similar al previo que al final, si alguien se detuviera a contemplarlo, pensaría que es el mismo momento repitiéndose infinitas veces.

Tal vez un poco de verdad hay en ello, tal vez no. La rutina se volvió la seguridad que todos necesitaban, e incluso cuando perdieron razones para hacerlo se sigue repitiendo, cuando ya sólo hay polvo de lo que hubo, restos de sueños que no serán y miedos que ya no tendrán lugar. Todo en un olvido tan presente como distante, en el que no vale la pena detenerse, como nada de lo que ocurre o deja de ocurrir en este trajín diario.

El sonido del reloj es tal vez el único ruido que llama la atención por sobre la marea de ojos vacíos. Su incesante “tic tac” marcando el paso de cada habitante, de cada cascarón vacío, comandando sus movimientos a repetirse una y otra vez.

Al final, los calendarios quedan apilados en el basurero, las manecillas del reloj siguen marcando el ritmo desesperante del día a día mientras todos los corazones que ya no palpitan repiten su parte de la coreografía. Alguien se preguntará qué hacer con aquella inmensidad abrumadora, como todos los días ese pensamiento no llevará mucho tiempo y todo volverá a transcurrir como si nada.

De todos modos, no pasa nada.

Cartas al Amor

Cuando escuché por primera vez la frase «no extrañas a alguien, sino a la persona que eras» algo en mi se removió con incomodidad, dándole toda la razón posible. No lo quise aceptar, como cualquier persona con un alto nivel de desprecio propio haría. La negué varias veces y dejé que el tiempo transcurriera, dejando todo en el olvido.

Y así como el tiempo pasó, la gente cambió. Tus ojos de invierno no fueron los mismos de primavera. Habíamos vivido tanto, compartido, soñado. ¿Qué pasó en el medio? ¿Por qué cuando llegó el verano no estabas ahí para compartir el nuevo año? ¿Por qué cuando hablaron del día del amor sólo había recuerdos rotos? Volví a llorar, como cada día desde que la última de tus cartas llegó, aquella que puso punto final a lo que sentías por mi, pero no a lo que yo sentía por ti.

Sentí nuevamente mi corazón estrujarse cuando una nueva carta llegó, con un dolor tan vívido como el que yo había sentido. Con las mismas ilusiones volví a caer, una y otra vez esos ojos de invierno iluminaron todo. Me era imposible negar lo que había sentido, que con el paso del tiempo cada trazo en tinta hacia latir mi corazón como si este quisiera salir de mi pecho. Caía en cuenta de todo lo que significabas, de lo que seguías siendo. Y en ese caer, con cartas que van y vienen, todo desapareció nuevamente.

¿Era este el verdadero punto final? ¿Cómo podía creerte si ya lo habías hecho? Guardé todo en un rincón donde sólo yo podía encontrarlo, con la esperanza de que pronto volverías, con cartas que aliviarían las heridas que tu ausencia dejaba. ¿Era necesario este dolor para que crecieras? No lo sé, pero algo en mi necesitaba de que volvieras, que a mi lado sanaras todo lo que se había roto con tu partida y que reconstruiríamos lo que alguna vez pudo ser.

Lo hiciste de nuevo, una y otra vez, cubriendo de cartas heridas que ya no cerraban, que con palabras vacías no llegaban a nada. Por primera vez te quise lejos, donde tus palabras no sangraran, donde tus ojos de invierno no apagaran el fuego. Y así, aprendí que efectivamente no extrañamos a la persona, extrañamos a la versión de nosotros que se sentía feliz amando a esa persona.

Cuando la última carta llegó, no pude más que odiar, tanto a ti como a mi. A ti por hacer lo que querías conmigo y a mi por dejarme, por olvidarme de quien soy. Aún con las heridas abiertas, con los ojos en lágrimas quemé cada una de tus cartas, las viejas, las nuevas, pensando en cada momento de felicidad y de tristeza, de amor e incertidumbre. Ya no volvería a esperarte, ni volvería a leerte, sanaría cada una de mis heridas y dejaría de amarte, como tu lo habías hecho tiempo atrás. Al fin llegaba el momento, en que el punto final lo ponía yo.

Monocromo

Ante mi sólo permanecía la nada, oscuridad total que me devoraba, abrazándome con ímpetu. El silencio se me hacía abrumador, destructivo como la misma oscuridad exterior. Abrí la boca para exclamar y sólo sentí el calor subir por mi garganta, el tibio sabor de la sangre inundó mi boca, haciéndome vomitar todo.

Desperté del susto, con la piel empapada del sudor frío que me había dejado la pesadilla. Tardé al menos media hora en volver a respirar con normalidad, sintiendo aún el calor repulsivo y el sabor metálico de la sangre en la boca. Me levanté con desgano y me metí al cuarto de baño, donde lavé mis dientes varias veces. A la quinta vez parece que mi cuerpo recordó el asco que le da la menta y las arcadas no se hicieron esperar. Terminé con la cara en el inodoro, devolviendo más que la cena anterior.

Me dolía todo, los músculos, la garganta, la cabeza. El mundo daba vueltas y a juzgar por el peso que sentía en los hombros bien parecía que le había cambiado a atlante el trabajo. Busqué asiento en el borde de la bañera, donde pasé un buen rato mirando la nada, tratando de entender la extraña sensación en mi cuerpo.

Tomé aire, como si se tratara del mayor esfuerzo del mundo, y me estiré para abrir la canilla de la bañera. Puse el tapón y me quedé un buen rato mirando el agua caer y acumularse. El mundo seguía girando a mi alrededor, pero dentro del desastre en que me encontraba, ver el agua caer era lo único que lograba medianamente bajarme a tierra. Volví a tomar aire mientras me quitaba la ropa, sintiendo el frío del ambiente golpear mi piel. Cuando logré quitarme todo y meterme en la bañera el alivio no se hizo esperar. Cada terminación nerviosa en mi cuerpo encontró la paz y mi mente, al menos por un breve instante dejó de dar vueltas. Así fue como volví a dormirme.

Abrí los ojos de golpe, tratando de ubicarme. Todo a mi alrededor era blanco, infinito hasta donde llegaba la vista. Seguía en la bañera, y apenas me moví para notar el gran cambio. Ya no estaba bañándome en agua, sino que en su lugar, sólo sangre había. Quise gritar con horror y de mi garganta no salió sonido alguno. Nuevamente, volvió a salir sangre de mi boca, asqueándome aún más. Cerré los labios, queriendo detener de alguna forma la situación en la que me encontraba.

Parpadeé tres veces, ante mi la misma situación ocurría con los colores inversos. Una figura confundida se levantaba en una bañera de sangre, con pánico en sus ojos, tapándose la boca para evitar que la sangre brotara.

Me acerqué al borde de la bañera a la vez que la otra parte se acercaba. Nos miramos con perplejidad, abriendo levemente la boca, sintiendo como algunas gotas de sangre brotaban de mi boca. Por su parte aquella otra figura estiró la mano libre mientras parecía querer decir algo, se le veía gesticular, pero no salía sonido alguno de su boca. Estiré una mano para alcanzar la suya, sintiendo una inminente ansiedad, escuchando un latido resonar por todo el lugar. Cuando nuestros dedos entraron en contacto, desperté hundiéndome en la bañera.

Me senté de golpe, escupiendo parte del agua que estaba comenzando a tragar. Tenía el corazón agitado, como si hubiera corrido 100 metros llanos. Me sostuve de los costados, sintiendo como el mundo volvía a girar a mi alrededor. Eché una mirada al entorno, tratando de enfocar mi atención en algo que me anclara. Cada producto de higiene se volvía inmensamente más interesante que lo habitual, algo en mi sentía como si los estuviera descubriendo. Al terminar con ellos, mi vista se dirigió a los arabescos en los azulejos del baño. Todo parecía vagamente familiar y a la vez tan desconocido. Comencé a seguir cada diseño con la mano, acariciando con la yema de los dedos el delicado relieve.

–Fue todo un sueño, nada más que eso ̶ . Intenté convencerme, continuando el recorrido de la pared. El sonido de mi propia voz me calmaba, trayéndome un poco más hacia la realidad ̶ .  Que se repita todas las noches no lo hace real. Los sueños sueños son.

Repetí la última frase varias docenas de veces, a cada vez se sentía más real y mi voz más falsa. Solté un largo suspiro antes de callarme. Con el silencio todo volvió a sentirse incómodo, más aún cuando me levanté del agua y sentía como esta goteaba a mi alrededor. Detuve el recorrido con la mirada y volví la vista a mis pies, observando el agua, siendo eso, agua. Esa palabra se repitió varias veces en mi cabeza mientras salía de la bañera en mi recorrido hasta la habitación. Sequé todo con un cuidado exagerado, queriendo convencerme de que nada de lo que había ocurrido aquella noche era real.

Me coloqué un pijama limpio y cambié las sábanas de la cama, eché todo lo sucio en una bolsa y la dejé en la cocina. Volví luego a la habitación donde me recosté sintiéndome otra persona. El saber que había limpiado todo lo que había visto me reconfortaba en niveles inimaginables. Poco a poco volví a dormirme, dejando que el agradable perfume de sábanas nublara mi mente, alejándome de las oscuras pesadillas que llevaban semanas atormentándome.

Abrí los ojos nuevamente, esta vez en un entorno gris, eterno. Me encontraba en una cama similar a la que recordaba haberme dormido, sólo que esta era roja, como la sangre. Corrí las mantas con asco, llevando luego una mano por instinto a la garganta, con la convicción de que ahora comenzaría a vomitar sangre. En su lugar, encontré mi cuello empapado, y la respuesta no se hizo faltar cuando bajé la mirada a mi abdomen.
Volví a acostarme, hundiéndome en mi propia sangre. Cerré los ojos con un único deseo: despertar.

Al Final

Como tantas otras veces, el punto de encuentro fue la orilla del lago, lejos de miradas indiscretas, donde sólo su presencia irrumpía la naturaleza. Un par único en su especie, vestidos con ropas ligeras, como si apenas salieran de la cama, ignorando las inclemencias del invierno.

Sus ojos se encontraban entre risas y comentarios apenas audibles, confidentes de que sólo sabrían la parte que les correspondía, dejando al resto afuera de su pequeña burbuja.

Aquella noche hablaron, caminaron de la mano y compartieron los pocos secretos que aún no se habían dicho, cosa que ya era bastante difícil con el lazo tan estrecho que los unía. Uno tejido en confianza, respeto y amor. Tanto que era complejo de explicar a quien nunca les hubiera visto.

Amor.

Aquella palabra sonó muchas veces, intercambiando lugar entre sus labios, yendo de un lado a otro sin pertenecer a nadie y aún así ser la clave del diálogo. Tan sincero y puro que costaba creer que hubiera personas con una relación tan estrecha.

Detuvieron los pasos para sentarse en un árbol caído, sabiendo que para el amanecer no quedaba demasiado, y con la llegada del astro rey deberían volver cada uno a sus vidas. Vidas en las que no se pertenecían, en las que no eran parte de alguien más que de su propio ser.

Ambas partes soltaron un suspiro.

-¿Te hace feliz? – Preguntó, dejando de esquivar el tema, sabiendo que era hora de aclarar lo último que quedaba.

-Como nadie -. Respondió con tanta sinceridad que de no ser por la confianza que se tenían, habría parecido una bofetada -. Sabes lo que siento por ti, te amo. Pero esto es diferente. Contigo todo es fuego, es un torbellino y en cambio con…

-Sientes que todo está en calma. Sientes paz. Que nada te faltará.

-Siento que todo lo puedo, que cualquier cosa es posible y a la vez que no necesito más que su compañía, que el resto sobra.

-Eso es amor. Amor de verdad.

-¿Te duele que lo diga? Siento que no di todo de mi para que esto funcionara.

-No-. Respondió mientras negaba con la cabeza, dibujando un gesto conciliador con el rostro -. Quiero que seas feliz, y parte de amar es saber que por más fuego que haya, no es lo único que necesitas. De verdad me alegro que se hayan encontrado.

-Espero encuentres a alguien que te haga sentir de la misma forma entonces.

-Pasará lo que tenga que pasar.. Lo que es importante que sepas, es que no creo que nos volvamos a ver. No será sano para nadie de otra forma.

-Yo-. Titubeó, parecía que nada le había preparado para tal resolución, aún si todo gritara que era lo mejor -. No quería pensar en eso… Pero creo que si, es lo mejor.

-Lo es.

-Cuídate.

-Tu también.

-Amate.

-Como te he amado.

Alas de Libertad

Cada parpadeo ardía más que el anterior, las chimeneas de la ciudad consumían el poco aire que quedaba y sólo podía ahogarme en ese veneno. Entre suspiros sentía el cansancio de la noche golpear con fuerza mi espalda, cargando mis hombros de frustración.

El techo de la fábrica en cuestión apestaba, con el hollín recorriendo mis pulmones. Era asqueroso, pero por más que quisiera irme no quedaba de otra. Solté todo el aire que tenía dentro, en un vano intento de sacarme todo aquello de mi interior. Odiaba aquel lugar, su olor, el humo consumiéndolo todo, manchando el cielo que tal vez en otra parte de la ciudad se vería estrellado.

De no ser por esa costumbre que tenía de revisar el teléfono a cada rato, no hubiera visto los mensajes y la llamada perdida. Algo en mi interior se volvió a romper viendo las fotos de perfil de personas que estaban demasiado lejos como para sanar las heridas que se abrían en el humo. Tomé aire, llenándome del veneno ahumado.

−¿Si? − Atendí, sintiendo mi voz rasposa, como si fueran años desde la última vez que había hablado.

Al otro lado se escuchaban varias voces, algunos preguntando por mi. Si bien quería reconfortarme con la creencia de que en verdad me extrañaban, lo único que podía pensar era que así se habían librado de mi.

−¿En verdad no hay posibilidad de que te dejen salir más temprano del trabajo?− Preguntó la voz al teléfono, con un tono de voz que no llegaba a identificar. Volví a resoplar, perdiendo el poco valor que tenía.

−Ya sabes cómo son en la fábrica −. Respondí escuetamente, con todo el cansancio acumulado golpeándome nuevamente −. Pásenla lindo. Comeré una porción de postre en su honor.

Un suspiro al otro lado, como si mi comentario le molestara, haciendo que volviera a sentirme miserable con mi propia persona. Intenté formar una sonrisa sabiendo que no podía verme, pero que de alguna manera me daba la fuerza para terminar esa breve conversación sin que se notaran las heridas.

−En verdad harás falta, te espero temprano en la mañana −. Concluyó la llamada.

Me quedé en mi lugar escuchando el tono que daba a entender que la comunicación había sido concluida. Con esfuerzo más que inhumano logré alejar el aparato de mi oreja y miré la pantalla que ya se había bloqueado. Ya no se veía el fondo de pantalla, sólo un reflejo poco visible de mi persona. Mirando con detenimiento, aquella visión lucía tan desamparada como yo en este instante.

Subí la pequeña escalerilla hasta lo alto de la azotea. Desde aquel punto al menos tenía mejor visión de la ciudad, de los edificios a la distancia, de los lugares en los que me hubiera gustado estar de no ser por las responsabilidades. ¿En verdad quería ir a la fiesta? Casi podía percibir el alivio de todos al notarse mi ausencia, si es que siquiera la notaban, podían jurar y perjurar que me extrañaban, pero en el fondo bien sabía que era una mentira.

El humo seguía haciendo presión. Las estrellas seguían lejos. Los edificios se iluminaban y yo miré con desdén mi teléfono. Lo dejé en un rincón, sintiendo cada vez más el peso del cansancio. Me quité el sobretodo que llevaba puesto, intentando eliminar esa presión que de todas maneras seguía ahí. Todo me sofocaba. Todo me desesperaba.

Comencé a llorar, sintiendo que el humo se volvía espeso a mi alrededor, encerrándome, ahogándome. Me abracé, rasguñándome los brazos por sobre la camisa de trabajo. Quería irme, lejos, no sabía a dónde, no tenía un lugar al que volver a decir verdad y ahora me dolía. Me ardía esa realidad casi tanto como el hollín que calaba en mi interior, como el frío, como el dolor.

Tragué aire, llenándome de aquel veneno que cubría cada tramo del paisaje. Exhalé todo lo que pude. Cerré los ojos y abracé la única libertad que el vacío podía entregar.

Recuerdate

«Si una misma persona te rompe el corazón más de una vez deberías darte cuenta que no le importas de la misma manera.»

La frase volvió a resonar en la mente de la muchacha mientras dibujaba garabatos en el margen de la hoja. Se sostenía la cabeza con la mano derecha, simulando prestar atención a la clase teórica frente a ella. El profesor podría haber estado paseando con un disfraz de perro con una antena de televisión en la cabeza que probablemente ella no se hubiera dado cuenta. Seguía pensando en lo que había hablado con el terapeuta.

Aquella oración no había sido la única que le había hecho ruido, pero si la que resumía una buena parte de su sentir.

Se sentía distante de su entorno pensando en la llamada por teléfono que había recibido tres noches atrás. Recordó las dos que hizo al día siguiente, y las lágrimas que había derramado mientras se hacía un ovillo en el sillón de terapia.

Una parte de sí misma recordaba perfectamente lo que dolía, la despedida, ese adiós en que no hubo réplicas, sólo aceptar que ya no estaba con ella, ver esa partida en que no se hicieron preguntas.

Silencio. Mucho. Tanto que abrumaba. Esa fue su respuesta, esa fue su compañía.

Y tal como le habían dicho, ahora llegaba a pretender que todo fuera como antes. En aquellos tiempos que no había heridas, no había cicatrices a medio abrir, solo piel tersa y un corazón capaz de resistir cada tormenta.

Seguía perdida en aquella consigna. Por algo volvía a responder, a llorar en silencio cuando todo se sentía vacío. Quería salir de ese dolor, uno que ya conocía mejor que nada, y aún así volvía a sentir el mismo calor en su interior cuando se enteraba de la su vuelta.

Oh, sí que esperaba saber de esa persona. Alguien que había pasado como un huracán por su vida. Recordaba como en el principio era su razón para ordenar sus pensamientos, acomodar todas las piezas del rompecabezas hasta que de un día al otro no lo fue más. Tiró al suelo todo lo que había hecho y ahora sólo quedaba el desastre de su ausencia.

Extrañaba esos días, se extrañaba a ella misma cuando su corazón no sentía lo que ahora. Deseaba volver a sentir lo que alguna vez, desprenderse de eso que seguía doliendo, y aún así volvía a abrir su puerta, a decirle que seguía teniendo un lugar. Odiaba aquel aspecto de si así como su recuerdo, y a la vez le era imposible no amar nuevamente a quien ahora volvía a dejar un mensaje en su correo.

Quería decir adiós de verdad, sin mentirse a sí misma, pero ya se había resignado. Seguía siendo ella, débil, cansada, humana.

Suspiró aletargada mientras se paraba frente a la puerta de su morada. Franqueó el umbral agotada, como si el camino desde la universidad hasta su residencia lo hubiera hecho cargando una mochila llena de piedras. Agotada cerró la puerta sin echar el cerrojo. Era más de lo que había logrado anteriormente. Tal vez, era el momento de entender que había gente que ya no tenía lugar, y sólo se estaba atando a un recuerdo.

Después de todo, era momento de dejar los recuerdos ser eso, memorias, y que el presente se encargara de limpiar el desastre.

A Cielo Abierto

Poco después de que la Legión hubiera caído, en un apartado bosquecillo nevado de Stormhein se podía ver la escena de dos elfos de sangre caminando entre la nieve como si fuera lo más normal del mundo. O al menos una de ellos, la pelirroja vestía ropas oscuras de civil, feliz de moverse sin la tediosa armadura, sintiéndose ligera. Algunos pasos atrás le seguía un elfo rubio, cargando otro tanto de abrigos. Entre ambos llevaban algunas provisiones, tanto para comer como un poco de leña para armar una sencilla fogata. Vistos de tal manera, parecían dos niños que descubrían el mundo por primera vez.

Lejos estaban de aquello.

Ambos cargaban cicatrices, sus cuerpos tenían la musculatura de batalla, y si bien esperaban no tener que luchar en aquel día, cargaba cada uno con una espada. Aún así, se sentían liberados. No había amenazas en el horizonte, nada hacía peligrar la integridad del planeta y eso era algo que debía ser celebrado, cada quien a su manera. En el caso de la pareja, habían decidido un día de campo. En el medio de una sierra nevada. Caprichos de la pelirroja.

“La nieve me recuerda a mis primeros años de estudio en la Capilla de la Luz” había dicho conversando algunas noches atrás, recordando aquellas épocas en que comenzaba su vida lejos de tierras élficas, donde el invierno jamás llegaría. Relatando la anécdota en que se había asombrado de la nieve más que los niños, conteniéndose de no echarse a jugar para no parecer inmadura.

Lyren por supuesto que estaba buscando ver eso en la elfa frente a él, su meta cotidiana parecía ser el despegar reacciones más “normales” en la seria Sunseeker que se esforzaba habitualmente por emular una piedra.

− ¿Te parece un buen lugar? –Preguntó Ghalathea deteniéndose en el medio de un claro, donde algunas formaciones rocosas podían llegar a servir de asiento.

−Antes de que se te ocurra servir a la cima, por supuesto−. Señaló el paladín con tono serio aunque con aquel ligero tinte bromista que le caracterizaba.

Como respuesta hizo que la pelirroja pusiera los ojos en blanco un leve momento para luego ayudarle a armar los preparativos para una fogata. Se veían tan comunes, tan simples, tan lejanos de todo aquello que solía atormentar la tierra. No eran luchadores de la luz, guerreros de élite, soldados forjados por las guerras. Eran una pareja, disfrutando un momento a solas. No había amenazas, vidas en juego, fragor de la batalla que requiriera un temple divino. Sólo bromas, juegos de palabras y risas disimuladas.

A pesar de todo, ella seguía siendo orgullosa a la par de terca, y no iba a dejar que el otro viera que se reía abiertamente de alguno de sus, como decía para afuera, lamentables juegos de palabras. ¿Era una actitud infantil de su parte? No cabía duda alguna, pero eran pocos los momentos en que podía permitírselos y quería disfrutarlos al máximo.

Se sentaron luego en torno al incipiente fuego, dejando la cesta con comida a un lado, aunque vigilando ocasionalmente de que algún animal pudiera intentar tomar una parte.

–Vistos así, no parecemos nosotros –. Comentó Ghalathea, haciendo que el Lunafría la mirara extrañado – ¿Cuándo fue la última vez que saliste de una ciudad sin cargar tu armadura? Míranos, cualquiera pensaría que somos dos comerciantes algo despistados para terminar aquí.

El brillo dorado en los ojos de la elfa era natural de ella, pero en aquel momento mientras iba hablando sus ojos refulgían con nueva intensidad a la vez que miraba al elfo delante suyo. Eran muchas las cosas que quería decir, las que le faltaban las palabras para formular. Se había hecho lío pensando en tantas cosas y ahora se sentía una adolescente tratando de hablarle por primera vez a un muchacho.

–Tienes razón… Normalmente vas con tu armadura de Caballero de Sangre y hablando de lo mismo. Pareces otra –. Respondió Lyren con una expresión pensativa que no convencía a nadie –. Me gusta más esta tú.

La dejó sin palabras, haciendo que apartara la mirada, como cada vez que recibía un halago de su parte. Podrían pasar siglos y seguramente ella no se acostumbraría, así como él jamás dejaría de adorar esos momentos donde dejaba de ser tan seria, para parecer una chiquilla.

La pelirroja se acercó un poco más, tomando las manos del elfo entre las suyas, cubriéndolas como si intentara protegerlas de alguna manera. Con la mirada gacha, manteniéndola fija en sus manos comenzó a murmurar algo apenas audible que no el otro no llegaba a entender, pero que aún así lograba hacer brillar sus manos.

–Antes de que me enrede… Necesito… Yo –. Se detuvo, tratando de aclarar todas esas palabras que tenía ahogadas en la garganta, pero que gritaban en su interior.

–¿Qué es lo que…? – Intentó preguntar el otro tratando de entender la expresión, o lo que sea que estuviera intentando la fémina.

–Sólo… – Comenzó nuevamente a decir Ghalathea, levantando la mirada –. Muchas veces creí que mi vida pasaba aparte del mundo, que sólo debía sacrificarme por un lugar mejor para mi hermano, para los que quedan. Cada vez que estaba cerca de romper esa idea, algo me volvía a meter en ella… Y luego llegaste tú –. Levantó la mirada, dejando ver que parecía estar a punto de las lágrimas –. Haciendo bromas que no dan gracia, tonterías que te meten en problemas o huyendo de ellos. Y a pesar de estar en la peor de las circunstancias al borde de la muerte, siempre eres tú. Eres el mismo en una taberna contando historias, el mismo cuando sostienes tu escudo para defenderme aunque sabes que no lo necesito.

Separó ambas manos, dejando ver un anillo plateado, sencillo, con una inscripción que brillaba internamente. Lyren miro sorprendido, tratando de entender a qué venía todo aquello. No le molestaba, sólo que le sorprendía cómo había cambiado la situación, quién solía ser más demostrativo era él, y hoy le venían ganando por mucho.

–Te amo –. Concluyó la pelirroja, dejando completamente sin palabras al rubio.

Volvió a repetir aquellas dos palabras varias veces, principalmente porque necesitaba hacerlas tangibles, decirlo, que él la escuchara y lo supiera por sus palabras. Confiaba en que sus actos se lo hubieran demostrado, pero algo en ella necesitaba expresarlo, más aún cuando no estaban al borde de la muerte, donde nada los amenazaba.

Sorprendido por sus palabras, el Lunafría intentaba formular alguna respuesta, pero apenas abrió los labios para hablar recibió un beso de la pelirroja quien no lo iba a dejar manchar el momento con un mal juego de palabras. Lo conocía bastante para saber que eso era lo que estaba pensando. También sabía que cualquier palabra sobraba, que todo había quedado claro cuando se correspondieron aquel beso.

Tal vez sonaría a despedida, pero lejos estaba de serlo. Era una promesa de que aunque todo volviera al desastre, seguirían siendo ellos, juntos, a su manera.

En Algún Momento

En primavera escapé.

Eché a correr lejos de todo lo que me lastimaba, lo que me hacía odiar esta vida que según, era envidiable. ¿Según quién? Ya no importaba. Con lo puesto y un pasaje de larga distancia llegué al otro extremo del país, disimulando una vida que ya no era mía.

Había llorado toda la noche en silencio, por todos los errores cometidos, por los hermosos futuros a los que había hecho trizas al elegir aquel que me habían marcado ¿Por qué lo hice? Fue la pregunta que más resonó en mi mente mientras sentía como la fuerza de voluntad se escapaba de mi cuerpo.

Caminé de la estación a mi destino sintiendo el peso del universo sobre mis hombros ¿Era otro error? ¿Estaba tomando una buena decisión al fin? ¿Sería algo bueno para mí esta vez?

Golpeé la puerta de la única persona a la cual podía permitirle verme llorar, partirme en pedazos como una copa de cristal que cae contra el suelo. Un abrazo, una taza de té y una manta en la que envolverme bastaron para encontrar las pocas partes de mí que aún seguían en una sola pieza.

Durante el verano seguí cayendo.

En un pequeño rincón de aquel hogar seguí encontrando las piezas rotas que había perdido. No importaba cuanto me mirara en el espejo, seguía siendo un recuerdo de lo que había sido. ¿Cuándo me había quebrado así? ¿Cómo llegué a este punto en que solo había polvo de sueños rotos?

Pensarlo daba dolores de cabeza, me instaba a echarme en mi cama a llorar esperando que todo mágicamente pasara, sanara. La poca fuerza de voluntad que me quedaba era lo único que hacía que me levantara, que enfrentara el maldito espejo y poco a poco, avanzara.

Un nuevo comienzo, lejos de absolutamente todo lo que odiaba, aunque aún sintiera el dolor y la culpa punzando, era mejor siendo invisible. De alguna forma, esa pequeña frase me dio el último empujón que necesitaba.

Con el otoño, llegó el alivio.

Una carta sin firmar, con la única noticia que podía llegar a importarme. Aún hecha cenizas no dejaba de cambiar las cosas, de acomodar el rompecabezas que quedaba de mí. ¿Lo había hecho? ¿O solo me quitaba una de las mayores distracciones? Tal vez, al final, todo resultaban ser meros pasatiempos para no prestar atención a lo que tuviera delante.

Di un trago al té que me abrigaba, observando los restos de un fuego que llevaba horas ya sin arder. Cerré los ojos y me enfoqué e listar las distracciones. Una por una iba a caer, las apartaría a los golpes si hiciera falta, pero volvería a reacomodar las piezas de mí. No todo se había roto.

En invierno sonreí.

Cantando vagamente mientras preparaba el desayuno vi mi reflejo en la jarra metálica de la cafetera. Me quedé de piedra. ¿Cuándo fue la última vez que aquella situación se me había hecho tan natural? Según quien tomaba un juego de naranja al otro lado de la mesa, llevaba una semana así. Parpadee en señal de sorpresa.

Pasé más tiempo del esperado mirando por la ventana. Pronto sería un año desde que había huido, ahora me daba cuenta que mi objetivo no era alejarme, sino encontrarme conmigo, con la persona que había sido antes de dejarme llevar por voluntades ajenas.

Quizás, después de todo, habría funcionado. Ya no había tanto dolor, las piezas de mi se iban recuperando y a simple vista, era otra persona. Una totalmente diferente a la que había llegado a las 4 de la tarde con lo puesto y un corazón aniquilado casi un año atrás. Aún así, no dejaba de ser quien siempre fui, solo que ya no me tapaba con otros, no completaba mi rompecabezas personal con piezas ajenas.

Me abracé rompiendo en llanto, haciendo que mi rescatista llegara con preocupación a preguntar el porqué de mis lágrimas. Balbucee algo inentendible en el mar de emociones que me inundaba. «Al fin lo hice» pude decir un poco más claro, su rostro seguía lleno de interrogantes «me encontré conmigo» completé la frase, cerrando el ciclo.

Resolución

Si tuviera que describir como me estaba sintiendo, lo mejor sería decir que era como desactivar una bomba. De la misma forma en que los protagonistas de las series que solía ver durante mi adolescencia, esas en las que el rubio líder del escuadrón se replanteaba su vida mientras decididía si cortar el cable rojo o el azul. Sonreí pensando en que siempre eran de los mismos colores.

Así se sentía todo. Como desactivar una maldita bomba.

Estadísticamente, era un bello 50-50, por lo que siempre era rogar a la suerte haber cortado el cable correcto y no generar una explosión innecesaria. Estas podían ser de todo tipo: una discusión, gritos, comprometerme a lo inncesario, exponerme… La lista era bastante larga y mi temor o incomodidad ante la posibilidad de activar la bomba era aún mayor.

Tal vez fuera por tantas normas impuestas durante mi educación, las altas expectativas puestas en mi persona, o la meta personal de llegar a ser alguien que claramente nunca sería.

Curiosamente, esa mañana no tenía más que un par desigual de medias, y mientras soltaba algún insulto contra el lavarropas me coloqué las medias, una roja y una azul. La ironía era bastante grande, por lo que camino al subte traté de recordar qué se me había pasado por la cabeza al comprar aquellos pares de medias. El azul lo entendía a medias, el rojo seguro era producto de algún desteñido… De otra forma debería sentarme a conversar conmigo de forma seria. La imagen que apareció en mi cabeza hizo que soltara una buena carcajada, haciendo que el vendedor de diarios me mirara convencido de que perdí la cabeza.

Tenía su cuota de verdad.

Seis estaciones de subte y había llegado a la mía. Bajé con algo más de ansiedad que cuando salí del departamento, pensando en las medias… La izquierda roja, la derecha azul. Si la bomba explotaba, usaría aquel par de medias para encender el fuego en la chimenea. Malditas medias dispares.

Salí de la estación sintiendo el alivio de respirar el aire «fresco» de la ciudad, al menos corría algo más aquí que en la estación bajo tierra. Detestaba viajar en aquellas latas de sardinas, pero por más que lo hiciera, era mucho más rápido que tomar un colectivo, ni hablar el ir caminando. Si todo salía bien podría llegar a comprar una bicicleta y no depender de tanto transporte público.

Maldije los auriculares del teléfono, «cascos» como le decían en la película española que había visto en la noche. Sonreí, siempre me hizo gracia esa expresión, y vaya a saber porqué. Encendí un cigarro y con eso alcancé a llegar a destino. Tenía minutos de sobra y una maldita bomba a punto de estallar. Terminé aquel pequeño tubo de veneno incendiario como le decía una amistad un tanto drástica, y luego entré en el edificio de oficinas presentándome para la oportunidad de mi vida.

Tuve que taparme la boca para no reír como si hubiera perdido la poca cordura que me quedaba.

La recepcionista me miró con curiosidad y sonrió con cofidencia, seguramente intuiría nervios. Mire alrededor, éramos varios en la misma situación y estaba con la certeza escrita en la frente de que tendríamos que pisarnos la cabeza. Hice una mueca de desagrado y me pregunté que tan seguros estarían de pisarme la cabeza hasta quebrarla. Tal vez al dudar era la mejor presa.

Tragué en seco al escuchar mi nombre, y pude sentir como la vista de todos apuntaba directo a mi cabeza. Casi podía sentir como se transformaba en una diana, y entre mis ojos, el mayor puntaje.

Para mi próxima vida consideraría el dedicarme a desactivar bombas, si mi vida iba a correr peligro constante, que al menos me pagaran por ello ¿No? Sonaba mejor que la insoportable música del ascensor mientras pensaba en las medias. Una roja, una azul. Un cable rojo, uno azul. Uno haría que todo fuera perfecto, y el otro mandaría mi vida al demonio.

Ahora mismo, no sabía exactamente cual activaba la bomba.

Se me cerraron los pulmones cuando estaba por cruzar la puerta ante mi, sentía calambres en partes del cuerpo a las que dudaba haberle prestado atención anteriormente y sentía ese contador digital de números rojos visualizar en frente mío. Algunos oficinistas me miraron, tratando de darme ánimos y sentí, que el contador estaba a menos de un minuto.

60, 59, 58…

Presentaciones, argumentos triviales, asuntos ligeros para restarle importancia a un proyecto que era de mi propiedad y odiaba con cada gramo de mi ser. Lo odiaba desde que le habían metido mano, cuando me di cuenta que ya no era ni de cerca lo que yo había buscado y solo lograba empeorar algo que, en teoría debía arreglar.

35, 34, 33…

Asuntos más relevantes, el proyecto, mis planes. ¿Qué donde me veía en 5 años? Probablemente desactivando otra maldita bomba. Con un endemoniado cable rojo y otro azul. Como mis medias. Como el contraste en las venas y arterias de los libros del colegio. Hablamos de ganancias, las ventajas, todo lo que se lograría. Vamos, hipocresía hasta por los poros.

17, 16, 15…

Que si, que tengo mucho futuro, oportunidades para tirar al techo. Las puertas se abrirían por doquier, mi proyecto era por demás, el más destacable de los presentados ¿Me tocaba tirar tierra a los proyectos ajenos? Tal vez alguien con menos sangre corriendo en el cuerpo podría sentir el haberse realizado. Yo sentí que el contador tomaba forma en frente mío. Los números rojos eran de dos cifras y vi la mano extenderse, para cerrar el trato.

4, 3, 2…

– ¿Sabe qué? Mejor tome otro proyecto, yo no seré parte de este circo -. Solté mientras tomaba mis cosas y me dirigía a la puerta. El sujeto al que ahora le daba la espalda no entraba en su propio asombro.

– Si cruzas esa puerta, ninguna se abrirá, habrás echado a perder todo por lo que hemos trabajado -. Me amenazó firmemente ¿Era por lo que habíamos trabajado? ¿O era su idea?

– Esa es la idea -. Dije antes de irme, cortando el cable, desactivando la bomba. Al menos por aquel día. Después de todo ¿Por qué siempre tenía que soportar en privado las explosiones? Como dirían en

Frío Ébano

Tic-tac. El tiempo parecía burlarse de mi. Tic-tac. Casi podía ver las manecillas reírse en mi cara. Tic-tac. El paso del tiempo siempre era desesperante.

El ruido a mi alrededor poco a poco iba desapareciedo a medida que me sumergía en las profundidades de mi desesperación. Todo perdía nitidez y curiosamente era la primera vez en que no me molestaba el haberme confundido de lentes. A lo lejos, suponía un grito sorprendido.

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Con los ojos en la luna, empañada de estrellas. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.

Cerré los ojos, negándome a ver, encándilada por las luces de la cuidad. Tan falsas y tan brillantes, descarádamente gritándome que aún estaban allí, aún cuando no quería verlas. Traté de apartar mis pensamientos de las risas que se confundían con gritos ¿De verdad su idea era hacerme cambiar de opinión? Sonreí con sorna.

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. No interesaba, no era el tiempo suficiente. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Recordé la melodía de una canción que solía levantarme el ánimo. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.

¿Por qué no había tomado el valor para tal acción antes? Me daba cuenta la inmensa paz que iba sintiendo a lo largo de todo mi ser, recorriendo cada fibra de mi existencia, arráncandome del pozo en el que me encontraba. Era curioso como algo que al resto le horrorizaba ahora me daba tanta tranquilidad, casi abrumadora. Por primera vez en mucho tiempo la insidiosa voz en mi cabeza se había callado ¿O es que se había ahogado antes que todo?

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Esa canción ya no me levanta al ánimo, resulta molesta. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. ¿Siempre fue tan extensa? Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.

El frío ya no era relevante, el agua empapando mis sentidos dejaba de molestar, así como también el grito incesante de una multitud que pronto se arremolinaba, sin entender absolutamente nada. Seguro había rescatistas, queriendo salvarme de mi libertad. Oh, no tenían idea de que en realidad ella había llegado allí por propia decisión. Nadie se había resbalado por un error. Todo había sido largamente considerado, y era una decisión definitiva. Resolutiva.

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. En efecto, siempre fue una melodía breve. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Pronto estaría terminando. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.

Observé por última vez a mi alrededor, el agua no dejaba ver demasiado, de todas formas no había nada importante más allá. Lo importante era que pronto todo tendría fin. No habría más miradas crueles, comentarios despectivos, voces destructivas. La paz, sería pues, el único resultado bajo el manto del hielo.

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Ahora que lo pienso, la melodía terminó. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. El reloj ya no suena.