Alas de Libertad

Cada parpadeo ardía más que el anterior, las chimeneas de la ciudad consumían el poco aire que quedaba y sólo podía ahogarme en ese veneno. Entre suspiros sentía el cansancio de la noche golpear con fuerza mi espalda, cargando mis hombros de frustración.

El techo de la fábrica en cuestión apestaba, con el hollín recorriendo mis pulmones. Era asqueroso, pero por más que quisiera irme no quedaba de otra. Solté todo el aire que tenía dentro, en un vano intento de sacarme todo aquello de mi interior. Odiaba aquel lugar, su olor, el humo consumiéndolo todo, manchando el cielo que tal vez en otra parte de la ciudad se vería estrellado.

De no ser por esa costumbre que tenía de revisar el teléfono a cada rato, no hubiera visto los mensajes y la llamada perdida. Algo en mi interior se volvió a romper viendo las fotos de perfil de personas que estaban demasiado lejos como para sanar las heridas que se abrían en el humo. Tomé aire, llenándome del veneno ahumado.

−¿Si? − Atendí, sintiendo mi voz rasposa, como si fueran años desde la última vez que había hablado.

Al otro lado se escuchaban varias voces, algunos preguntando por mi. Si bien quería reconfortarme con la creencia de que en verdad me extrañaban, lo único que podía pensar era que así se habían librado de mi.

−¿En verdad no hay posibilidad de que te dejen salir más temprano del trabajo?− Preguntó la voz al teléfono, con un tono de voz que no llegaba a identificar. Volví a resoplar, perdiendo el poco valor que tenía.

−Ya sabes cómo son en la fábrica −. Respondí escuetamente, con todo el cansancio acumulado golpeándome nuevamente −. Pásenla lindo. Comeré una porción de postre en su honor.

Un suspiro al otro lado, como si mi comentario le molestara, haciendo que volviera a sentirme miserable con mi propia persona. Intenté formar una sonrisa sabiendo que no podía verme, pero que de alguna manera me daba la fuerza para terminar esa breve conversación sin que se notaran las heridas.

−En verdad harás falta, te espero temprano en la mañana −. Concluyó la llamada.

Me quedé en mi lugar escuchando el tono que daba a entender que la comunicación había sido concluida. Con esfuerzo más que inhumano logré alejar el aparato de mi oreja y miré la pantalla que ya se había bloqueado. Ya no se veía el fondo de pantalla, sólo un reflejo poco visible de mi persona. Mirando con detenimiento, aquella visión lucía tan desamparada como yo en este instante.

Subí la pequeña escalerilla hasta lo alto de la azotea. Desde aquel punto al menos tenía mejor visión de la ciudad, de los edificios a la distancia, de los lugares en los que me hubiera gustado estar de no ser por las responsabilidades. ¿En verdad quería ir a la fiesta? Casi podía percibir el alivio de todos al notarse mi ausencia, si es que siquiera la notaban, podían jurar y perjurar que me extrañaban, pero en el fondo bien sabía que era una mentira.

El humo seguía haciendo presión. Las estrellas seguían lejos. Los edificios se iluminaban y yo miré con desdén mi teléfono. Lo dejé en un rincón, sintiendo cada vez más el peso del cansancio. Me quité el sobretodo que llevaba puesto, intentando eliminar esa presión que de todas maneras seguía ahí. Todo me sofocaba. Todo me desesperaba.

Comencé a llorar, sintiendo que el humo se volvía espeso a mi alrededor, encerrándome, ahogándome. Me abracé, rasguñándome los brazos por sobre la camisa de trabajo. Quería irme, lejos, no sabía a dónde, no tenía un lugar al que volver a decir verdad y ahora me dolía. Me ardía esa realidad casi tanto como el hollín que calaba en mi interior, como el frío, como el dolor.

Tragué aire, llenándome de aquel veneno que cubría cada tramo del paisaje. Exhalé todo lo que pude. Cerré los ojos y abracé la única libertad que el vacío podía entregar.

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