Cartas al Amor

Cuando escuché por primera vez la frase «no extrañas a alguien, sino a la persona que eras» algo en mi se removió con incomodidad, dándole toda la razón posible. No lo quise aceptar, como cualquier persona con un alto nivel de desprecio propio haría. La negué varias veces y dejé que el tiempo transcurriera, dejando todo en el olvido.

Y así como el tiempo pasó, la gente cambió. Tus ojos de invierno no fueron los mismos de primavera. Habíamos vivido tanto, compartido, soñado. ¿Qué pasó en el medio? ¿Por qué cuando llegó el verano no estabas ahí para compartir el nuevo año? ¿Por qué cuando hablaron del día del amor sólo había recuerdos rotos? Volví a llorar, como cada día desde que la última de tus cartas llegó, aquella que puso punto final a lo que sentías por mi, pero no a lo que yo sentía por ti.

Sentí nuevamente mi corazón estrujarse cuando una nueva carta llegó, con un dolor tan vívido como el que yo había sentido. Con las mismas ilusiones volví a caer, una y otra vez esos ojos de invierno iluminaron todo. Me era imposible negar lo que había sentido, que con el paso del tiempo cada trazo en tinta hacia latir mi corazón como si este quisiera salir de mi pecho. Caía en cuenta de todo lo que significabas, de lo que seguías siendo. Y en ese caer, con cartas que van y vienen, todo desapareció nuevamente.

¿Era este el verdadero punto final? ¿Cómo podía creerte si ya lo habías hecho? Guardé todo en un rincón donde sólo yo podía encontrarlo, con la esperanza de que pronto volverías, con cartas que aliviarían las heridas que tu ausencia dejaba. ¿Era necesario este dolor para que crecieras? No lo sé, pero algo en mi necesitaba de que volvieras, que a mi lado sanaras todo lo que se había roto con tu partida y que reconstruiríamos lo que alguna vez pudo ser.

Lo hiciste de nuevo, una y otra vez, cubriendo de cartas heridas que ya no cerraban, que con palabras vacías no llegaban a nada. Por primera vez te quise lejos, donde tus palabras no sangraran, donde tus ojos de invierno no apagaran el fuego. Y así, aprendí que efectivamente no extrañamos a la persona, extrañamos a la versión de nosotros que se sentía feliz amando a esa persona.

Cuando la última carta llegó, no pude más que odiar, tanto a ti como a mi. A ti por hacer lo que querías conmigo y a mi por dejarme, por olvidarme de quien soy. Aún con las heridas abiertas, con los ojos en lágrimas quemé cada una de tus cartas, las viejas, las nuevas, pensando en cada momento de felicidad y de tristeza, de amor e incertidumbre. Ya no volvería a esperarte, ni volvería a leerte, sanaría cada una de mis heridas y dejaría de amarte, como tu lo habías hecho tiempo atrás. Al fin llegaba el momento, en que el punto final lo ponía yo.

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