A Cielo Abierto

Poco después de que la Legión hubiera caído, en un apartado bosquecillo nevado de Stormhein se podía ver la escena de dos elfos de sangre caminando entre la nieve como si fuera lo más normal del mundo. O al menos una de ellos, la pelirroja vestía ropas oscuras de civil, feliz de moverse sin la tediosa armadura, sintiéndose ligera. Algunos pasos atrás le seguía un elfo rubio, cargando otro tanto de abrigos. Entre ambos llevaban algunas provisiones, tanto para comer como un poco de leña para armar una sencilla fogata. Vistos de tal manera, parecían dos niños que descubrían el mundo por primera vez.

Lejos estaban de aquello.

Ambos cargaban cicatrices, sus cuerpos tenían la musculatura de batalla, y si bien esperaban no tener que luchar en aquel día, cargaba cada uno con una espada. Aún así, se sentían liberados. No había amenazas en el horizonte, nada hacía peligrar la integridad del planeta y eso era algo que debía ser celebrado, cada quien a su manera. En el caso de la pareja, habían decidido un día de campo. En el medio de una sierra nevada. Caprichos de la pelirroja.

“La nieve me recuerda a mis primeros años de estudio en la Capilla de la Luz” había dicho conversando algunas noches atrás, recordando aquellas épocas en que comenzaba su vida lejos de tierras élficas, donde el invierno jamás llegaría. Relatando la anécdota en que se había asombrado de la nieve más que los niños, conteniéndose de no echarse a jugar para no parecer inmadura.

Lyren por supuesto que estaba buscando ver eso en la elfa frente a él, su meta cotidiana parecía ser el despegar reacciones más “normales” en la seria Sunseeker que se esforzaba habitualmente por emular una piedra.

− ¿Te parece un buen lugar? –Preguntó Ghalathea deteniéndose en el medio de un claro, donde algunas formaciones rocosas podían llegar a servir de asiento.

−Antes de que se te ocurra servir a la cima, por supuesto−. Señaló el paladín con tono serio aunque con aquel ligero tinte bromista que le caracterizaba.

Como respuesta hizo que la pelirroja pusiera los ojos en blanco un leve momento para luego ayudarle a armar los preparativos para una fogata. Se veían tan comunes, tan simples, tan lejanos de todo aquello que solía atormentar la tierra. No eran luchadores de la luz, guerreros de élite, soldados forjados por las guerras. Eran una pareja, disfrutando un momento a solas. No había amenazas, vidas en juego, fragor de la batalla que requiriera un temple divino. Sólo bromas, juegos de palabras y risas disimuladas.

A pesar de todo, ella seguía siendo orgullosa a la par de terca, y no iba a dejar que el otro viera que se reía abiertamente de alguno de sus, como decía para afuera, lamentables juegos de palabras. ¿Era una actitud infantil de su parte? No cabía duda alguna, pero eran pocos los momentos en que podía permitírselos y quería disfrutarlos al máximo.

Se sentaron luego en torno al incipiente fuego, dejando la cesta con comida a un lado, aunque vigilando ocasionalmente de que algún animal pudiera intentar tomar una parte.

–Vistos así, no parecemos nosotros –. Comentó Ghalathea, haciendo que el Lunafría la mirara extrañado – ¿Cuándo fue la última vez que saliste de una ciudad sin cargar tu armadura? Míranos, cualquiera pensaría que somos dos comerciantes algo despistados para terminar aquí.

El brillo dorado en los ojos de la elfa era natural de ella, pero en aquel momento mientras iba hablando sus ojos refulgían con nueva intensidad a la vez que miraba al elfo delante suyo. Eran muchas las cosas que quería decir, las que le faltaban las palabras para formular. Se había hecho lío pensando en tantas cosas y ahora se sentía una adolescente tratando de hablarle por primera vez a un muchacho.

–Tienes razón… Normalmente vas con tu armadura de Caballero de Sangre y hablando de lo mismo. Pareces otra –. Respondió Lyren con una expresión pensativa que no convencía a nadie –. Me gusta más esta tú.

La dejó sin palabras, haciendo que apartara la mirada, como cada vez que recibía un halago de su parte. Podrían pasar siglos y seguramente ella no se acostumbraría, así como él jamás dejaría de adorar esos momentos donde dejaba de ser tan seria, para parecer una chiquilla.

La pelirroja se acercó un poco más, tomando las manos del elfo entre las suyas, cubriéndolas como si intentara protegerlas de alguna manera. Con la mirada gacha, manteniéndola fija en sus manos comenzó a murmurar algo apenas audible que no el otro no llegaba a entender, pero que aún así lograba hacer brillar sus manos.

–Antes de que me enrede… Necesito… Yo –. Se detuvo, tratando de aclarar todas esas palabras que tenía ahogadas en la garganta, pero que gritaban en su interior.

–¿Qué es lo que…? – Intentó preguntar el otro tratando de entender la expresión, o lo que sea que estuviera intentando la fémina.

–Sólo… – Comenzó nuevamente a decir Ghalathea, levantando la mirada –. Muchas veces creí que mi vida pasaba aparte del mundo, que sólo debía sacrificarme por un lugar mejor para mi hermano, para los que quedan. Cada vez que estaba cerca de romper esa idea, algo me volvía a meter en ella… Y luego llegaste tú –. Levantó la mirada, dejando ver que parecía estar a punto de las lágrimas –. Haciendo bromas que no dan gracia, tonterías que te meten en problemas o huyendo de ellos. Y a pesar de estar en la peor de las circunstancias al borde de la muerte, siempre eres tú. Eres el mismo en una taberna contando historias, el mismo cuando sostienes tu escudo para defenderme aunque sabes que no lo necesito.

Separó ambas manos, dejando ver un anillo plateado, sencillo, con una inscripción que brillaba internamente. Lyren miro sorprendido, tratando de entender a qué venía todo aquello. No le molestaba, sólo que le sorprendía cómo había cambiado la situación, quién solía ser más demostrativo era él, y hoy le venían ganando por mucho.

–Te amo –. Concluyó la pelirroja, dejando completamente sin palabras al rubio.

Volvió a repetir aquellas dos palabras varias veces, principalmente porque necesitaba hacerlas tangibles, decirlo, que él la escuchara y lo supiera por sus palabras. Confiaba en que sus actos se lo hubieran demostrado, pero algo en ella necesitaba expresarlo, más aún cuando no estaban al borde de la muerte, donde nada los amenazaba.

Sorprendido por sus palabras, el Lunafría intentaba formular alguna respuesta, pero apenas abrió los labios para hablar recibió un beso de la pelirroja quien no lo iba a dejar manchar el momento con un mal juego de palabras. Lo conocía bastante para saber que eso era lo que estaba pensando. También sabía que cualquier palabra sobraba, que todo había quedado claro cuando se correspondieron aquel beso.

Tal vez sonaría a despedida, pero lejos estaba de serlo. Era una promesa de que aunque todo volviera al desastre, seguirían siendo ellos, juntos, a su manera.

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